Es tradición formular una serie de buenos propósitos al comenzar cada año. Dejar de fumar, comer menos, ir al gimnasio o pasar más tiempo con los seres queridos son sólo algunos de los que ocupan los primeros puestos. Se puede decir que en las empresas ocurre algo similar. La recta final del año es un periodo de mucho estrés para la gran mayoría de las pyme. En primer lugar hay que cerrar las cuentas del año (algo que muchas veces puede extenderse hasta el primer mes del curso siguiente) y en segundo plantearse los objetivos que deberá abordar la pyme durante los siguientes doce meses.
Este es el momento para desempolvar aquel plan de expansión que no pudo llevarse a cabo por el exceso de trabajo, de abordar por fin la creación de un verdadero protocolo familiar e incluso de comenzar a articular la sucesión en el caso de las empresas familiares. Es, en definitiva, una buena época para intentar hacer realidad esas grandes metas que todo buen empresario tiene en mente pero que no siempre es capaz de materializar, debido en muchas ocasiones a la falta de tiempo. La carga del día a día laboral, el estrés de sacar adelante la empresa y la infinidad de contratiempos que pueden surgir en el desarrollo de cualquier iniciativa empresarial hace que incluso con una buena planificación sea difícil pensar en otra cosa que la propia marcha del negocio. Sin embargo, también es bueno tratar de evadirse de esa ‘rutina’ e intentar planificar mejor aspectos como el desarrollo fiscal o contable del año y no hay mejores fechas que el comienzo del año. Como suele decirse, todo es cuestión de hacer ‘borrón y cuenta nueva’, claro que todo esto es sólo teoría. Después será la propia actividad de la empresa y el estado del mercado, como si de un niño pequeño se tratase, quien marque el camino y lo que realmente se puede o no se puede hacer.