A toda empresa le gustaría contar con los trabajadores más cualificados y los mejores, pero lo cierto es que es más fácil terminar estancado en la mediocridad. Estos son los cuatro elementos que te ayudarán a descubrir si ésta se ha instalado en tu empresa, en tus empleados e incluso en ti mismo.
La mediocridad es como un virus en una empresa que, una vez la contagia, cuesta tiempo eliminar. La mediocridad puede afectar sólo a algunos de los órganos de la pyme o a todos, de forma que puede mantenerse entre los empleados, ascender al siguiente nivel de mandos intermedios o llegar a controlar el sistema si alcanza a los directivos. ¿Cómo detectarla? Estos son los cuatro jinetes de la mediocridad, los cuatro síntomas que deben ponerte sobre aviso.
Negación
Pensamientos como «ellos decidieron, crearon, comandaron o denegaron…» que terminan siempre con un «no es mi culpa, sino de ellos» son un claro síntoma de negación. Lógicamente en todo organigrama empresarial hay unas personas que deciden, pero todas las partes de la empresa deben sentirse involucradas. Si tus empleados, subordinados o tú mismo piensas de esta forma, es que la motivación no es la que debe ser dentro de la empresa.
Impotencia
El ejemplo más claro es el típico «mi jefe no me dejará hacerlo». Si ves este tipo de comportamientos en la empresa debes preguntarte si el problema reside en el empleado o en la persona a cargo y averiguarlo. Un jefe que no deja progresar a sus subordinados es uno de los mayores virus de mediocridad que puedes encontrar dentro de la empresa.
Desdén
Es uno de los problemas más extendidos y tiene que ver directamente con la motivación o la falta de identificación con el proyecto empresarial. Se plasma en frases como «no me pagan lo suficiente como para hacer esto o lo otro».
En el caso de los directivos se puede traducir en «este cliente no paga lo suficiente como para darle un buen servicio» y planteamientos similares. Si te los encuentras, lo primero que debes hacer es valorar si, efectivamente, el cliente en cuestión es o no rentable -recuerda que también hay clientes tóxicos- y lo segundo averiguar por qué los empelados, mandos intermedios o los directivos no están tan motivados como deberían.
Miedo y complacencia
El miedo paraliza a las personas y a las organizaciones. Se traduce en pensamientos como «está bien tal y como está, ya es suficientemente bueno, no merece la pena correr el riesgo, puede no funcionar, qué dirán el resto…». La complacencia puede ser un problema en la empresa porque le impide progresar y hace que el miedo surja a cada paso.
Como se repite a los emprendedores, si quieres mejorar, debes salir de tu zona de confort y superar tu miedo. Descubrirás que cuando te enfrentas al miedo y lo abrazas, acabas por aceptarlo y es entonces cuando puedes mejorar y alcanzar tus metas, como profesional y como empresa.
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