La productividad no sólo es un problema de producción

productividad-trabajoHace unos años, una empresa de outsourcing de servicios me convocó para comentarme el motivo de su preocupación: la productividad de la compañía -entendida como facturación por empleado- era un quinto de la que presentaban sus competidores de la India. Hoy, un lustro más tarde, este mismo índice duplica la productividad de sus competidores indios (que a su vez, la incrementaron).

La productividad por empleado de la empresa en cuestión aumentó cerca de 15 veces en el transcurso de poco tiempo. Esta historia es una muestra clara de que la productividad tiene límites que normalmente se ubican muy por encima de la imaginación de los propios emprendedores.

Cuando hablamos de productividad, lo importante es comenzar acordando cuál nos interesa. En el caso de la empresa mencionada, el recurso que se estaba volviendo escaso era el trabajador: en consecuencia, interesaba particularmente medir la productividad por empleado.

Sin embargo, las hay de diferentes clases: producción por capital invertido, facturación por local o por máquina, etc. Y detectar cuál es el índice de productividad más apropiado para cada realidad, no es un paso menor: es parte del proceso esencial de planeamiento de toda empresa y entendimiento del propio negocio.  Necesitamos saber en qué negocio estamos, y no lo sabremos, si no conocemos él o los pocos índices de productividad que nos importan.

Otro punto a entender es que la productividad de un recurso depende de la dotación de otros recursos. Por ejemplo, es sabido que la producción de autos por trabajador de la industria argentina es menor que la japonesa; pero también es cierto que la dotación de capital (la inversión por empleado) es mucho mayor en Japón que en la Argentina…  Ergo, que un índice de productividad no sea el que necesitamos, no necesariamente señala un problema con ese factor: lo habitual es que los desafíos se presenten en otros factores.

Yendo ahora al punto que más me interesa señalar: el factor que más habitualmente motiva la falta de productividad, es el diseño organizacional.  Es decir, los propios emprendedores y su concepción del negocio.

En el caso que señalo al comienzo, buena parte del problema residía en que la empresa definía sus propios límites en forma difusa: proveía servicios internamente que perfectamente podía tercerizar (toda una ironía tratándose de una empresa de outsourcing), vendía servicios de bajo valor agregado, apostaba a demasiadas líneas de negocios simultáneamente, y tenía un esquema de dirección y control muy rígido e innecesario. Asimismo, contaba con muchos empleados de baja paga y pocos realmente productivos, etc.

Por eso, al momento de pensar en la productividad, normalmente les pido a los emprendedores que se cuestionen algunas medidas que no son estrictamente productivas:

  • ¿Es la cartera de productos la que necesitamos para mejorar la productividad?
  • ¿Hay alguien que podría hacer alguna de las funciones que realizamos mejor que nosotros mismos? ¿Podemos subcontratar a ese alguien?
  • ¿Es la dotación de otros recursos (maquinaria, capital, etc.) la que necesitamos?
  • ¿Podemos organizarnos de manera diferente para evitar la multiplicación de los niveles jerárquicos y de control?
  • ¿Por qué no podemos hacer menos tareas y de forma más simple?
  • ¿Qué es lo que el cliente realmente nos compra? ¿Cuál es nuestro diferencial? ¿Por qué habríamos de hacer algo de todo lo demás que no es nuestro diferencial?

Para sintetizar, quiero cerrar este artículo con dos ideas fuerza:

  1. La productividad rara vez es sólo un “problema de producción” y debe ser analizada con una mirada amplia y sistémica.
  2. Definir un índice de productividad apropiado para nuestra empresa es un primer paso, que parece sencillo, pero es crucial y determina la efectividad de todos los pasos posteriores.

Como vimos en el ejemplo anterior: la productividad puede crecer, incluso más allá de lo que nos imaginamos y de lo que nuestros competidores han logrado, por lejanos que parezca estar.

Artículo de Marcos Fontela, director de 80/20 Consultoría

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